10 de junio de 2013

Nuestros alcaldes quieren pasar a la historia. Quieren dejar huella. Que un día se hable de ellos en todos los colegios de Vélez Málaga, España y alrededores. Que le pongan su nombre a una calle, a un pabellón, a dos parques. Quieren, si es posible, salir en el telediario de Antena Tres y dar entrevistas en la Cadena Cope. Tienen vocación de divos políticos, y en ese progreso de ascenso al estrellato nos arrastran a todos.

A cada cosa que hacen le buscan la exclusiva. Lo mismo da si se trata del "primer" tranvía de Andalucía que de un plan de empleo "pionero" en el país. La cuestión es destacar, cobrar notoriedad, mostrarse únicos y peculiares. Su ilusión es ganar el premio a mejor regidor del Reino, aunque si es posible que no se llame Pablo de Tarso.

En ese camino han perdido los papeles. ¿Qué cabe esperar de un buen alcalde? Muy simple: que solucione los problemas del pueblo y que atienda sus necesidades. Que si hay un bache, lo arregle. Que si un árbol se seca, lo reemplace por otro. Que vea e interprete la realidad y haga obras que nos faciliten la vida a todos.

Pero parece que en la Era de los Faraones, esa misión les ha quedado chica. Es muy poca cosa y, sobre todo, no les garantiza ningún titular importante. A veces pienso que cuando estas personas se van a dormir, cuando al cabo de una jornada de trabajo por fin apoyan la cabeza en la almohada, en lugar de descansar se ponen a imaginar qué podrían hacer para destacar del resto.

Así se consiguen los fracasos, los despropósitos más estrepitosos. El transporte urbano de Vélez Málaga es el ejemplo más patético en ese sentido. El más ridículo, sin dudas, el tranvía de Antonio Souvirón (@asouvi), quien también soñó con una escalera mecánica para recorrer el barrio de la villa y una urbanización campestre de casas de madera para jóvenes. 

Por fortuna, a María Salomé Arroyo (@MariaSalomeAS) el insomnio le sugirió una inversión menos importante, aunque de similar utilidad: el préstamo de bicicletas. Francisco Delgado Bonilla (@pdelgadobonilla) subió el listón con su moderno y ágil servicio de traslado de pasajeros. Cuatro lineas de autobuses para prestar un servicio lento, malo y deficitario a más no poder.

Antes de emprender una obra de infraestructura, previo a decidir una inversión, antes de acometer una reforma, nuestros alcaldes deberían preguntarse: ¿Es necesario? ¿Hace falta? ¿Soluciona un problema? Y si no es así, descartarlo sin más. Nos ahorrarían mucho, muchísimo dinero. Si en cambio quieren alcanzar la fama, que se presenten al casting de Gran Hermano. O que se pidan el traje de faraón para el día de carnaval.

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